martes, 28 de abril de 2015

EL VALOR DE LA AMISTAD

ABRIL DESCEREBRADO

ATECEA publica nueva entrada en su proyecto CUENTOS DESCEREBRADOS 2015, gracias a la colaboración de Venancio Rodriguez, el cuál junto a usuarios de nuestra Asociación, darán a luz historias en formato cuento, los cuales narrarán vivencias, sueños e ilusiones que viven o han vivido nuestros usuarios. Ilusionados con el proyecto, con el que damos visibilidad al Daño Cerebral Adquirido os dejamos el CUARTO cuento 2015 realizado con Oscar Otín.


EL VALOR DE LA AMISTAD

Miguel abrió los ojos, se levantó y fue al cuarto de baño, se miró al espejo y no se reconocía. Volvió a echarse en la cama y repasó su cuerpo con las patas delanteras para asegurarse de que no le faltaba ningún miembro. Por suerte no le faltaba ninguno. Después se palpó la cabeza y comprobó que la tenía toda ella envuelta con una venda. Le dolía horrores y decidió quedarse quieto. Como no tenía nada mejor que hacer, se propuso recordar lo que había sucedido para llegar a la situación en la que se encontraba: “Él era uno de los últimos linces que había en los bosques de España. Su padre había muerto hacía años. Solo le quedaban: su madre, el padre de ésta y dos hermanos. Uno era mellizo y el otro más pequeño. Su abuelo materno se ganaba la vida viajando con su pequeña familia, de feria en feria, como piloto acrobático; y su madre, de contorsionista. Cuando estalló  la Guerra Civil española, Miguel y su hermano se vieron forzados a alistarse en el bando Nacional. Por esto y porque había estudiado  mecánica de vehículos, éste se hizo aviador y, como primer destino, lo mandaron a la base aérea de Zaragoza.  Un día salió en un vuelo de rutina para inspeccionar los movimientos de las tropas enemigas. De repente, sintió que por detrás de él, alguien le disparaba una ráfaga.  Giró la cabeza y vio a dos aviones modelo “Junkers G 24/K30” del bando Republicano que se abalanzaban desde arriba contra él acribillándole a balazos. Hizo un looping (rizo), con su Caza bombardero ligero “Heinkel He 51”, y se dejó caer en barrena a toda velocidad girando su aparato sobre sí mismo,  mientras se aproximaba vertiginosamente hacia el suelo. Cuando le faltaban unos cientos de metros para estrellarse, tiró de la palanca de mando hasta recuperar la posición normal del avión. Volvió a mirar hacia atrás y comprobó que todavía tenía a sus enemigos pegados a su cola. Entonces, viendo que con aquella maniobra no había conseguido su propósito, decidió poner en práctica algunas de las piruetas acrobáticas que le había visto realizar a su abuelo en sus exhibiciones: Empezó con la maniobra Chandelle. Después la combinó con una hoja de trébol. Seguidamente realizó la maniobra Lomcovák y ésta la enlazó con un ocho perezoso y más tarde con un Tonel rápido negativo bajando. Para finalizar, pensó que haciendo un  Humpty Bump y un Knife flight o (vuelo a cuchillo), que consiste en volar con las alas en plano vertical y  recuperando la posición normal del aparato, haría el giro Immelmann para colocarse en la cola de sus enemigos y abatirlos. Así lo consiguió. Cuando los tuvo a tiro, apretó el gatillo de su ametralladora con fuerza  hasta que los dos aviones empezaron a echar humo de sus motores. Suspirando de  alivio, los siguió con la vista en su caída, pero no sintió alegría de haberlos derribado. Muy al contrario, era consciente de que había matado a dos seres que como él, habían sido forzados a luchar en una guerra que no les concernía en absoluto. Sin saber a ciencia cierta el motivo por el que  tenían que matarse el uno al otro. Miguel observó cómo los dos pilotos se lanzaban en paracaídas mientras sus aparatos seguían cayendo hasta que por fin, en una gran bola de fuego se desintegraban. Sacó sus prismáticos y los observó mientras los dos linces descendían suavemente. No podía ser –se dijo−, a aquellos dos supuestos enemigos los conocía. Uno se llamaba Juan Luis y el otro Sergio, dos de sus mejores amigos con los que a menudo practicaba barranquismo. Decidió echarles una mano porque allá donde iban a caer, era territorio Nacional y en cuanto los cogieran, los matarían con toda seguridad. De modo que, a toda prisa aterrizó justo donde se preveía que iban a caer. Y cuando llegaron sus amigos, se abrazaron calurosamente. Sin pérdida de tiempo, les propuso montar en su avión para llevarlos a un territorio más seguro para ellos. Tras aterrizar, los dejaría marchar con los suyos. Así lo hicieron.  A toda prisa subieron los tres al avión y cuando llegaron a Otín, pueblo que está a poca distancia de Rodellar, aterrizó. Con premura,  Juan Luis y Sergio bajaron del aparato pero, no le dio tiempo a despegar; a Miguel lo hicieron prisionero. Lo llevaron al calabozo a la espera de recibir órdenes del mando superior para saber si lo tenían que fusilar o trasladarlo al Cuartel General hasta que terminase la contienda. Mucho antes de que llegase la orden, sus amigos decidieron dejarlo escapar. Fue al segundo día de estar allí. Era una noche sin luna, llovía. Después de dejar sin sentido al centinela que lo custodiaba: abrieron el calabozo, le dieron una mochila llena de provisiones, ropa, cuerdas, mosquetones, un ocho para hacer rápel, un excelente mosquetón “Lee-Enfield inglés. Calibre .303”, con abundante munición y una linterna. Y sin pérdida de tiempo, se dieron la mano y nuestro héroe desapareció internándose en la oscuridad de la noche.
Miguel conocía aquella zona a la perfección. No en balde había nacido allí y había practicado el barranquismo en multitud de ocasiones por todos y cada uno de sus ríos. Su pretensión era llegar a Zaragoza pero no podía ir en línea recta porque todo aquel territorio estaba infestado de milicianos de la columna Martínez de Aragón. Decidió ir por las montañas hasta el Salto de Roldán. Después trataría de llegar al embalse de Arguís y una vez allí, bajar por el cauce del río hasta Huesca. Si conseguía llegar, estaría salvado porque esa ciudad oscense pertenecía al grupo sublevado. Pero no fue así. Hizo todo el viaje por las montañas y a campo través hasta llegar a Zaragoza. Viajaba de noche y durante el día procuraba descansar. Bajó barrancos, escaló paredes, subió montañas, estuvo en multitud de ocasiones al borde de la muerte, se internó en profundas grutas en donde, en una de ellas conoció a una bruja muy poderosa a la que salvó la vida y que en agradecimiento, le dijo que si algún día necesitaba ayuda, no dudara en pedírselo. Que con mucho gusto haría por él lo que hiciera falta… En fin, después de todos estos acontecimientos; una noche, al llegar a Zuera cogió una bicicleta y salió del pueblo a todo correr en dirección a la capital aragonesa, procurando evitar las carreteras principales.
Llegó a la ciudad de madrugada. Tuvo que dar un rodeo porque estaba sitiada. Entró por la carretera de Fuentes de Ebro pero, tuvo tan mala suerte que, al cruzar la avenida Miguel Servet, un coche lo atropelló. El fuerte golpe recibido lo lanzó contra la vitrina de una tienda, rompiendo el cristal con la cabeza. Miguel cayó al suelo muerto. Tenía un traumatismo cráneo encefálico severo y parada cardio-respiratoria.  El hipopótamo que lo atropelló, llamó rápidamente a los bomberos, los cuales se presentaron allí en 5 minutos. Al ver la situación del herido, le pusieron una inyección de adrenalina y le practicaron el masaje cardiaco. Una vez estabilizado, se lo llevaron urgentemente al Hospital Miguel Servet. En total estuvo 9 minutos muerto. Un poco más y no lo hubiera contado. Viendo la gravedad de sus lesiones, los médicos le provocaron el coma inducido por 2 meses”.  Cuando su estado mejoró y después de que Miguel saliera del coma, abrió otra vez los ojos y allí estaban sus amigos: Juan Luis y Sergio que habían desertado del ejército. Con el tiempo, los dos se hicieron enfermeros con la especialidad de terapia ocupacional para poderle echar una mano a su querido amigo.
Gracias a la extraordinaria fortaleza que tenía, y gracias a la ayuda moral y física que le bridaron Juan Luis y Sergio, Miguel se recuperaba con gran rapidez del desafortunado accidente. También la familia, sus amigos de toda la vida y el hipopótamo que lo atropelló tuvieron mucho que ver en la pronta recuperación del mismo. La verdad es que Miguel era un lince que se hacía querer por sus congéneres pues, tenía un alto sentido de la amistad.
Aunque su restablecimiento fue formidable; sin embargo, le quedaron secuelas que le imposibilitaba volver a volar. Y en cuanto la Guerra Civil española terminó, le otorgaron la medalla al valor y le dieron la invalidez absoluta. No obstante, él no dejó en ningún momento de ayudar en lo que estuviera en su mano a los demás. Quería sentirse útil. Se alistó como voluntario en una escuela  para aviadores, cuyo nombre era Atecea. Y allí daba clases a los nuevos aspirantes a pilotos de combate. De esa manera tenía la oportunidad de volver a volar y surcar el cielo. Mientras volaba, él se sentía libre de todas las ataduras e impedimentos que aquel terrible accidente le ocasionó. Allí arriba era como un pájaro, podía hacer todo lo que se le antojara y por ello, se entregó en cuerpo y alma a su afición. Por otra parte, Miguel era un lince muy inquieto y no paraba de leer, consideraba que el conocimiento era muy importante. No solo para cultivarse a sí mismo, sino porque solo cuando uno tiene el conocimiento lo puede transmitir a los demás. Para él, el saber era una herramienta maravillosa con la que podía trasformar el mundo.
Un día, mientras estaba ejerciendo sus deberes como instructor de vuelo, recordó las palabras de la maga a la que le salvó la vida en la Sierra de Guara, y pensó: “¿Y si le pido a la bruja que me convierta en un pájaro?”. Esta idea fue tomando consistencia en su cabeza, hasta que se decidió a dar el paso. ¿Qué podía perder?, −se decía−. Y así fue,  se presentó de nuevo en la cueva donde vivía la meiga, le explicó lo que quería y la hechicera preparó el brebaje para saldar la deuda que había contraído con el lince. Una vez hecha la pócima, Miguel se la tomó y a los pocos minutos, se vio convertido en una hermosa águila real. Salió de la gruta volando y volvió a poner en práctica todas las piruetas que su abuelo materno le enseñó. Y era tan indescriptible su alegría, que no hay palabras para poderlo narrar. Aquel día regresó en un vuelo a Zaragoza y explicó a todos lo que había ocurrido. Aunque, en un primer momento no daban crédito a lo que estaban oyendo, después de descubrirles secretos de su infancia que solo él podía saber, todos quedaron convencidos de la verdad. Solo había una cosa que les inquietaba: y era el hecho de que a partir de entonces los mundos de Miguel, su familia y sus amigos se había dividido. Y solo Dios podía saber qué era lo que el futuro les deparaba. Pero esto, ya es otra historia.

FIN