miércoles, 22 de octubre de 2014

JOSÉ, EL RUISEÑOR

OCTUBRE DESCEREBRADO

ATECEA publica nueva entrada en su proyecto CUENTOS DESCEREBRADOS gracias a la colaboración de Venancio Rodriguez, el cuál junto a usuarios de nuestra Asociación, darán a luz historias en formato cuento, los cuales narrarán vivencias, sueños e ilusiones que viven o han vivido nuestros usuarios. Ilusionados con el proyecto, os dejamos el décimo cuento desarrollado con el propio Venancio Rodriguez.


JOSÉ, EL RUISEÑOR

Al rey ruiseñor le iba a nacer su primer hijo. El pobre pájaro estaba en la sala de espera de maternidad hecho un manojo de nervios. Su mujer había muerto en el parto y sólo le quedaba aquel hijo como recuerdo de su amada. Solicitó la asistencia al nacimiento pero, el equipo médico se lo denegó porque preveían que habría dificultades.
Ya llevaba dos horas desde que el huevo entró en el quirófano, y esto no era un buen síntoma; él se esperaba lo peor. Pasó media hora más, cuando de repente, se abrió la puerta del quirófano y de allí salió un pájaro con bata verde y cara de circunstancias. Se le acercó con paso templado y con voz suave le comunicó que todo había salido bien, pero que su hijo tenía un defecto... Le faltaba una pata. 
Aquella noticia le sonó al rey como un cañonazo. Cayó en la silla de sopetón, llevándose las alas a la cabeza. Pensó en su reino, pensó en cómo iba a presentar en sociedad a su hijo y sintió vergüenza. Lo cogió en brazos y en la primera pajarería que encontró, lo abandonó. 
Al llegar al bosque, sus súbditos le habían preparado una fiesta. Pero al ver la cara de tristeza que traía su rey, recogieron todo y cada uno se fue a su árbol en silencio. 
A la semana de haber salido del huevo y gracias a los cuidados de aquellos profesionales, el pollo fue ganando peso y las plumas ya le empezaban a salir por todo el cuerpo. Parecía como si la naturaleza quisiera compensarle por el error que había cometido con él, haciendo que otras facultades se le incrementaran rápidamente.

Un buen día pasó por allí Berta, la hipopótama, que quedó estéril por culpa de una enfermedad venérea que le contagió su marido por su mala cabeza. Y al ver aquel pollito en el escaparate, tan pletórico de vida, tan tierno, tan indefenso... Se enamoró de él y sus instintos maternales la llevaron a iniciar el papeleo para llevárselo sin pedirle opinión a su marido. 
Cuando ya estuvo todo arreglado, se presentó en casa con el pajarillo entre sus patas llena de alegría. Al llegar su marido se lo presentó diciendo: 
─Mira maridito mío, como me dejaste estéril, he adoptado este polluelo. Tienes dos opciones, o aceptarlo y ayudarme a criarlo o irte de casa, ¡tú mismo! ¿Qué vas a hacer? Dímelo pronto porque a partir de ahora tendré mucho trabajo. 
Alberto, que así se llamaba su marido, ante aquella disyuntiva no le quedó otra que decir que sí. No obstante, puso una débil objeción diciendo: 
─Pero, Berta querida, si este animal es de otra especie. ¿Qué pasará cuando se haga mayor? Tendrá problemas de identidad, se hará un lío y nos lo echará en cara. 
Berta, que era muy larga y para todo tenía solución le contestó: 
─Lo que haremos será quitar todos los espejos de la casa y le diremos que es un hipopótamo.

Y así lo hicieron. Le pusieron por nombre José, al pequeño ruiseñor y pensando que era un hipopótamo fue creciendo arropado por los atentos cuidados de Berta y Alberto. 
Creció tanto en estatura como en fracasos. La vida de los hipopótamos se le hacía muy pesada a José para sus pequeñas fuerzas. 
No obstante, José era un artista maravilloso con sus imaginarias patas delanteras, cualquier cosa que se proponía hacer, lo hacía sin ningún tipo de preparación. Incluso llegaba a soñar que con sus patas delanteras podía volar entre los árboles, por las nubes, dejarse llevar por el aire. Era estupendo, pero, esto no se lo podía contar a nadie, debía guardárselo para sí, de lo contrario, se le reirían los que él suponía que eran de su especie. 
A los veinte años conoció a Margarita una linda hipopótama, funcionaria ella del Instituto Nacional de la Seguridad Social. 
Se casaron y tuvieron dos hermosos hiporuiseñores: Amadeo y Helena con (H), Margarita era de educación clásica. 
El nacimiento de sus dos hijos llenó de alegría el corazón atormentado por las dudas y los fracasos de José, e hicieron que se centrara más en su trabajo: La albañilería. 
Era uno de los mejores especialistas en las grandes alturas. Allá donde nadie quería subir, José se encaramaba sin ningún temor. 
Todo iba sobre ruedas como se suele decir, pero la fatalidad o la suerte, según se mire, quisieron que un día cambiara el curso de su vida. 
Se encontraba alicatando una fachada a 80 metros de altura cuando un ruiseñor se posó a su lado y se lo pió todo. 
Al llegar a casa, José contó a su mujer lo que le había pasado aquel día en la obra. Le dijo que un pájaro le había demostrado que él no era un hipopótamo, que era un ruiseñor y le hizo a su mujer unas torpes muestras para corroborar sus palabras. Aleteaba de un lado para otro a lo largo del comedor.

Margarita al ver aquel espectáculo se puso a llorar y le dijo asustada: 
─Tienes que ir al psiquiatra, necesitas ayuda. 
José se echo a reír, y volvió a agitar sus patas delanteras y dar saltos una y otra vez. 
Tanto le imploró Margarita que fuera al psiquiatra que José accedió a ir de mala gana. Pidieron cita en la Seguridad Social y llegado el día, se presentaron los dos cogiditos de las patas y con el corazón encogido. 
Entraron en la consulta y José expuso detalladamente al facultativo lo que pasó aquel día en la obra. El doctor le escuchaba atentamente, analizando todas sus palabras. Al terminar José de contar su historia, el médico sacó su talonario de recetas y se puso a escribir. 
Margarita, toda nerviosa le preguntó: 
─Señor Latifundio, ¿qué le pasa a mi marido? ¿Es grave? 
─Señora, su marido padece un brote de esquizofrenia paranoide. Pero no se preocupe, estas pastillas le irán muy bien, ─contestó el psiquiatra. 
El mundo para Margarita y José se había acabado aquel aciago día. José empezó a tomar aquellas pastillas, pero notaba que lo dejaban atontado y con mucho sueño. Este estado era muy peligroso para desarrollar su trabajo y decidió dejarlas sin que Margarita lo supiera. 
Por otra parte, cuando estaba a solas practicaba el vuelo corto y los saltos. 
En su interior, José se preguntaba si en realidad estaba mal de la cabeza o tenía razón aquel pájaro de la obra.

A medida que el tiempo pasaba, los vuelos cortos se iban alargando más y más y la convicción de que en realidad era un ruiseñor se iba consolidando. Por su parte, Margarita que no se chupaba la pezuña, notaba que su marido ya no era el mismo, lo había perdido y el amor por él también. Ahora le producía miedo, para ella esta situación era insostenible, tenía que terminar algún día no muy lejano, porque de lo contrario, sería ella la que necesitaría ayuda. 
No hacía más que pensar en la separación, pero, estaban los hijos ¿qué podía hacer? 
Un día se armó de valor y fue a visitar a su abogado para que le asesorara sobre sus derechos y obligaciones. Sufría enormemente porque en su interior sentía que iba a abandonar a su marido cuando probablemente más la necesitaba. 
Todo se desencadenó el día en el que Margarita se olvidó las llaves de su despacho en casa. Al entrar en el jardín, vio a José encaramado a la rama de un árbol, y éste al verse pillado “in fraganti”, le dijo: 
─Mira Margarita lo que hago. Y de un vuelo rápido llegó hasta la chimenea de la casa que distaba cincuenta metros en línea ascendente. 
Margarita ya no tuvo dudas. Se fue directamente al abogado y en poco más de una semana estaban los dos firmando la separación delante del juez. 
A esas alturas, José ya tenía claro que no era un hipopótamo, él era un ruiseñor y por lo tanto no tenía sentido seguir con aquel teatro. Estaba claro que era de diferente especie, su voz era más fina, sus patas más pequeñas, su cuerpo estaba cubierto de plumas y sus excrementos eran más pequeños porque, cada cual caga según sus dimensiones. También y sobre todo, que su medio era el aire, su casa los árboles y su lenguaje los trinos. 
Ahora se podía dedicar a lo que toda su vida había anhelado, volar, volar entre los pinos, volar por el aire entre las nubes, dejarse caer en picado y luego subir. En aquellas circunstancias se mezclaban dos sentimientos contrapuestos: por una parte sentía tristeza porque presentía que iba a perder a sus hijos, pero por otra parte, estaba alegre de poder hacer lo que siempre había soñado. 
Solo quedaban tres asuntos que le inquietaban: en primer lugar y el más importante el futuro de sus hijos. En segundo lugar la identidad de sus verdaderos padres. y en tercer lugar aunque no tan preocupante, era el hecho de que nadie ni siquiera él mismo se hubieran percatado de que no era un hipopótamo, de que él, José, era un ruiseñor, pero esto, ya es otra historia,




                                                                       FIN