martes, 16 de septiembre de 2014

NUBE ROJA

SEPTIEMBRE DESCEREBRADO

ATECEA publica nueva entrada en su proyecto CUENTOS DESCEREBRADOS gracias a la colaboración de Venancio Rodriguez, el cuál junto a usuarios de nuestra Asociación, darán a luz historias en formato cuento, los cuales narrarán vivencias, sueños e ilusiones que viven o han vivido nuestros usuarios. Ilusionados con el proyecto, os dejamos el noveno cuento desarrollado con ALFONSO GARCÍA.

Alfonso García


NUBE ROJA

Nube Roja era un león de pocos años que nunca se rendía. Viento que Pasa, que así se llamaba su papá; se ganaba la vida como peluquero de animales. Siempre que sus estudios se lo permitían, nuestro joven león y su hermano, que era mayor que él, se iban con su padre los fines de semana  para ayudarle en su trabajo. Como llevaba mucho tiempo en el oficio y era un artista consumado en lo suyo, el padre de éste tenía muchos clientes repartidos por todo Aragón. En realidad, Viento que Pasa lo que quería era enseñar el oficio a sus hijos por si acaso en el futuro decidían abandonar los estudios. Para desgracia de la familia, un día ocurrió  que su papá tenía mucho trabajo y les pidió que le ayudasen en su labor. Tenían que ir a un pueblo del Pre-Pirineo oscense, concretamente a la Sierra de Guara. Era un pueblo pequeño, medio deshabitado que se llamaba Otín. Resulta que llegaron allí, y como siempre, empezaron la faena. Aquella terrible mañana tenían 3 permanentes, 2 tintes y 4 mechas por hacer con sus respectivos cortes de cabello, pero todo salió mal. Las permanentes quedaron demasiado rizadas, no acertaron con el tono de los tintes, las mechas quemaron el cabello de sus clientes... En fin, todo mal. A los animales de Otín esto no les pareció bien, de modo que se fueron a quejar a Ortiga Picante, la bruja del lugar. Ésta vivía cerca del Dolmen que se encuentra en las inmediaciones del pueblo. Una vez allí, los indignados  cuadrúpedos le comentaron a la hechicera  su malestar por el trato que habían recibido por parte de los barberos que llegaron al pueblo. Al terminar las bestias de exponer su relato, la vieja pronunció un potente conjuro mientras preparaba una pócima a base de cola de lagartija soltera, patas de araña viuda, pelos de mosca recién parida y 3 dientes de murciélago medio moribundo. Lo coció media hora a fuego lento con una rama de mandrágora y les dijo a sus clientes que se lo dieran a beber a los rapabarbas sin que éstos se dieran cuenta. La bruja les advirtió  que tuvieran paciencia porque  el brebaje tardaría en hacer efecto, pero que, sin lugar a dudas, lo que tuviera que ocurrir, ocurriría a las 13 horas de un día cualquiera. Así lo hicieron los escocidos bichos, pero el hijo mayor no bebió del brebaje. Gracias a Dios, se encontraba mal en aquel momento y se fue a la cama pronto. Los tremendos efectos de aquel caldo no se hicieron esperar, para desgracia de aquella feliz familia.
Terminado el trabajo, Viento que Pasa y sus hijos volvieron a Zaragoza. Transcurrió el tiempo y cuando Nube Roja tenía 19 años, sucedió. Habían ido a pasar unos días a Villa la Raya, pueblo natal de los padres, porque eran las fiestas. A poca distancia de allí se encuentra Zampilandia, que estaba en la misma situación festiva. Los dos  pueblos son provincia de Huesca. Una vez que la fiesta decayó en el lugar,  Nube Roja y sus amigos cogieron su “piedramóvíl” y se fueron a Zampilandia para ver si pescaban alguna hembra apetitosa. A media noche, parte de sus amigos se fueron a dormir y quedaron en la aldea  nuestro amigo y un compañero. Pasaron toda la noche y parte de la mañana retozando con lindas leonas del lugar... A las 12 de la mañana volvieron en su piedramóvil a Villa la Raya y, después de parar en el camino para llenar el “piedradepósito” de combustible, tuvieron un accidente con un “pedruscomóvil”, eran las 13 horas. Como resultado de aquel fatídico encontronazo, el joven aprendiz de peluquero se dio un golpe tan fuerte en la cabeza, que lo dejó 35 días contando pajaritos. Y su amigo…, su amigo se fue a la selva del cielo a cazar ciervos en mejores sabanas.
Lo ingresaron en la unidad de cuidados intensivos de la caverna del chaman Miguel Servet de Zaragoza. Cuando Nube Roja despertó de su sueño, de tantos pajaritos como contó, se convirtió en uno de ellos. No conocía a nadie, no podía moverse, no podía decir ni pío. Aquello se  escapaba de los conocimientos del mago, después de mucho tiempo  en aquellas condiciones, cuando ya casi habían perdido toda esperanza de recuperar a su cachorro. Un día, su madre  Hierba Buena  le dio una rosa roja boca abajo. El joven la cogió y le dio la vuelta. Aquel simple detalle llenó de alegría el corazón de los apenados padres de Nube Roja. Nunca antes hubieran pensado que tan sencillo gesto pudiera significar tanto para ellos. Aquel fue el primer síntoma de la mejoría del pequeño. Después de éste, vino otro de particular significación. Al cuarto mes de estar ingresado, estando a solas, el joven Nube Roja le lanzó un débil rugido a su padre. Cuando la madre entró en la habitación y vio la cara de felicidad de su marido, adivinó que algo muy bueno había ocurrido. Él se lo contó y seguidamente le dijo a su hijo que le dijera algo a su mamá, y el pequeño  lanzó otro sutil rugido, aunque con diferente tono. Que un león rugiera a sus padres, se consideraba una falta grave de respeto, pero a ellos esto les supo a gloria bendita. A partir de aquellos primeros adelantos, vinieron más y más. Por insignificante que éstos fueran, todo avance era celebrado como si del mejor premio se tratara. El enfermo no lo sabía; pero mientras estuvo inconsciente, Flor silvestre, la leona con la que estaba arrejuntado en aquel entonces, estuvo visitándole muy a menudo. Al entrar le besaba, saludaba a sus padres, se sentaba un ratito haciéndole compañía y, después de besarle otra vez en la frente, se marchaba. Los amigos de Nube Roja también le fueron visitando de vez en cuando. Eran buenos amigos y lo fueron más cuando éste recuperó la consciencia y supo de la gravedad de su estado. Sabía que sería muy difícil que volviera a ser el mismo de antes. Y con todo el dolor de su corazón le dijo a su amada que no volviera. Le dijo que no quería complicarle la vida, que quería estar solo, que se buscara a otro compañero, se casara con él y que fuera feliz. Le dijo que siguiera con su vida como si nunca le hubiese conocido… Flor silvestre no quería irse, ella lo amaba de verdad. Pero, Nube Roja insistió tanto que al final tuvo que desistir de su empeño. Y con amargura, su amada dejó de visitarlo.
En total, estuvo 10 meses en la cueva del chaman Miguel Servet, después de los cuales le dieron el alta médica. Pero Nube Roja no estaba ni mucho menos recuperado. Al poco tiempo, Viento que Pasa tuvo un accidente y dejó viuda a la pobre Hierba Buena. Fue a las 13 horas, y con esto se cumplió la maldición de la malvada bruja. La mamá de Nube Roja tenía que bregar sola con su hijo, el cual, no podía valerse por sí mismo. Con todo el dolor de su corazón por la dramática perdida de su marido, su madre no se amilanó. Su hijo la necesitaba con urgencia en plenas facultades, y ella hizo de tripas corazón y se dedicó en cuerpo y alma a él. Aunque aquella selva no estaba preparada para entender el mal que aquejaba a Nube Roja, ella no cejaba en su empeño de buscar a alguien que le pudiera ayudar. Hizo lo posible y lo imposible por encontrar a un chaman que pudiera  curar a su cachorro, pero nada. Después de un tiempo, éstos veían que aquel caso se les escapaba y desistían del  empeño. Entretanto, Nube Roja empezó a hacer ejercicios por su cuenta. Se había propuesto recuperar su antiguo aspecto y, en la pared de su habitación, colgó una fotografía de cuando estaba bien para irse comparando. Todos los días hacía cientos de ejercicios. Aunque casi sin poder, salía a la calle solo para ir a ver a los diferentes chamanes que su madre le buscaba. Tenía problemas para recordar el camino de vuelta pero, si algo le sobraba a Nube Roja, era coraje para hacer frente a las dificultades. Al principio le costaba más encontrar las cosas, pero cuando se sentía perdido preguntaba a la gente y ya está. Como su andar era titubeante, a veces llegó a caerse al suelo, pero él se levantaba con mucho esfuerzo y, como si nada hubiera pasado, continuaba su camino. Prefería que nadie le ayudara; quería solucionar sus problemas por sí mismo sin depender de nadie.
Así siguieron las cosas por mucho tiempo hasta que un día  su padre, desde el cielo, le mandó a un ángel para que les ayudara. Una mañana sonó el teléfono en casa de Hierba buena. Ella lo cogió, y una voz desconocida de un león le dijo que estaba reuniendo a todos los familiares de aquejados por daño cerebral. Le preguntó si quería formar parte de la Asociación y ella contestó inmediatamente que sí. Al colgar el auricular, un profundo suspiro brotó de su boca y unas lágrimas mezcla de alegría y dolor manaron de sus ojos.  Y dio las gracias a Dios por escuchar sus plegarias. Tras muchas vicisitudes, aquel grupo de familiares consiguió fundar ATECEA (Asociación de Traumatismo Encéfalo Craneal y Daño Cerebral). Consiguieron, no sin mucho sacrificio, dar a conocer y avanzar en el estudio de algo que hasta entonces era tan desconocido. Cuando Nube Roja estuvo mejor, se alistó para dar charlas sobre prevención vial en los colegios. Le gustaba sentirse útil para los demás. No fue fácil y, aunque aún le quedaban secuelas de aquel tremendo accidente, Nube Roja aprendió a asumir su nueva vida. Y lo más importante, aprendió que toda vida es digna de ser vivida.  
                     

                                           FIN